Una de sal

Va de exorcismos personales. Cuando tenía unos 15 años empece, casi de casualidad, una preciosa amistad que duraría años. Lo que más me gustaba de esa amistad era la forma de llevarla: por carta. Hasta que los campamentos de verano nos volvían a reunir 15 días al año, fantásticos, cargados de emociones, risas, lloros y sobre todo, de recuerdos. Y una vez se acababa las ganas de escribir y saber algo de la otra persona por carta, de leer en esos folios tantas confidencias, tantas experiencias compartidas, un mundo de letras que moría con su firma y sus posdatas y que volvía a nacer con la fecha que escribía con mi bolígrafo en un folio en blanco. Fueron muchísimas y las guardo todas en una caja de zapatos en mi armario, sellada por una goma que hace casi dos años que no desato. Y mira que me jode. No la desato porque no he vuelto a escribir a pesar de que lo había prometido una y otra vez. Podría poner como excusa que no fue culpa mía. Que quería seguir escribiéndote y que la relación que tenía con mi ex-pareja me impedía mantener la correspondencia. Sería muy largo de contar y desde luego no sería correcto. No hay justificación para una decisión que, en el fondo, fue mía. No sabes como me jode. Saber que además no tengo forma de pedirte perdón. Porque no tengo forma de disculparme, salvo con un "lo hice porque estaba enamorado" mentiroso, o un "lo hice porque yo lo decidí" mucho más sincero conmigo mismo y mucho más inexcusable.

No escribo esto porque me hayan entrado ganas repentinas de arreglar nada o porque eche de menos esa amistad y esa correspondencia (que la echo y mucho), sino porque hoy una chica de 16 años me ha abierto los ojos con una lección sobre los principios, la ética y la moral humana. Porque necesito de alguna forma sacar fuera la culpa.

Y en el fondo pensar que hay una forma de que entiendas que tu amistad siempre me importó.

Gracias por todos estos años y por todo lo que me aportaste, que fue más de lo que te puedes imaginar.