...

Disfrazado de anestesia y aburrido del sopor, dejé la dicha de tus sobras y subí al vagón. Anduve cientos, miles, demasiados. Cansé al tiempo de esperar mi prisa, bailé con ella, fumé un adiós. Apagando la colilla en una brisa sin alivio, tiré de marras y llegué a estribor. La gente era ceñuda, ajada por disgustos, feliz a su manera. Ante falta de ilusiones e infortunios salté al vacío que me ofrecieron por salida. No vi el fondo (ni falta que hacía), tocarlo hubiera sido no volver. Algo tiró de mi mientras me hundía y como buen vagabundo, me dejé llevar. Lugares conocidos tropezaron, confundidos por no saber a quién miraba, la gula de querer ser reflejados les hizo comprender (era sencillo) que hay ojos que sin ver, traspasan. Como un ciego iluminado corrí, apuré mi aliento. No había forma de pausar la estrofa mentirosa que arañaba mi mente. Al fin afuera, esperé paciente a la pregunta de gris, inevitable por sincera.

"¿Hasta cuándo huirás de mi?"

Hasta que reviente.