La Mujer Con Delantal te ha sentado en la mesa de la cocina y te ha pedido que le ayudes a doblar las servilletas. Corretea a tu alrededor como una hormiga atareada mientras prepara una primorosa bandeja para el café.
Sabe como si hubieran hecho helado con el gel de baño.
La Mujer Con Delantal se ríe educadamente de tus botas militares y tus uñas mordidas y te habla de cosas que te quedan demasiado grandes.
No eres capaz de doblar la maldita servilleta, los picos se resisten a quedarse juntos. La Mujer Con Delantal se ríe otra vez y te las saca de las manos, y un segundo después están perfectamente colocadas en un lateral de la bandeja.
No sabes en qué momento todos han decidido crecer sin avisarte. La Mujer con Delantal es tu mejor amiga, dos años menor que tú. Aunque no se parece en nada a ella.
Por debajo de la manga se ven unas pulseritas de cuero.
Quizás aún haya esperanza.
Llevas media hora asintiendo a planes para dentro de un millón de años. No sabes qué estarás haciendo en diciembre. Venga, ni siquiera puedes prometer quedarte en la ciudad tanto tiempo. Y seguro que quieren que lleves a alguien.
Hace apenas una semana te despediste de tu nuevo amor. Cogió la maleta llena de libros que trajo cuando llegó, la llenó de nuevo con libros suyos y tuyos, y te pidió otra oportunidad. Tú le diste un beso de esos de película y le dedicaste un adiós chiquitito.
Cierras los ojos e intentas imaginarte con una casa fija, ofreciendo helados con sabor a jabón a tus amigos mientras finges saber dónde se encuentra todo en tu cocina. Intentas recordar cómo era no echar a tus parejas antes de que duela que se vayan. De repente tienes ganar de huir a Tailandia y comer Pad Thai y sopa de leche de coco. Y fumar hachís liado con hojas de palmera.
La Mujer Con Delantal está diciendo algo. Parece que quiere que le contestes a una pregunta. Asientes rezando porque no te hayas comprometido a nada que conlleve llevar mandil.
De repente te sientes torpe y grande. La cocina se ha convertido en un lugar pequeño y lleno de esquinas contra las que chocarse y caer. Coges la taza que te acercan con una mano llena de dedos enormes. Si quisieras la romperías con sólo acercar tu índice y tu pulgar. La silla donde llevas sentada una hora te parece inestable y absurdamente frágil. No es culpa de
Tú eres el monstruo grande y verde.
Sin saber cómo acabas el café, te despides, abrazas convincentemente a tu mejor amiga en delantal y sales a la calle. Empiezas a contar cuántos meses de sueldo necesitarías para ir a Tailandia. La idea se te ha quedado anclada en el cerebro y se resiste a salir fácilmente.
Es el primer plan para el futuro que tienes en mucho tiempo.
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