He dado en llamar así a una iluminación filosófica de la que fui víctima el miércoles de la semana pasada. Mientras hacía un aburridísimo trabajo de Word, de fondo el gran Anónimo hablaba con una compañera sobre las relaciones de parejas y la valoración de lo que tienes. Anónimo defendía a capa y espada que uno tenía que quedarse siempre con lo mejor que veía y que estaba convencido de que tenía un Ferrari desde hacía muchos años, así que no iba a encontrar nada mejor por mucho que probase, mientras que la chica defendía que siempre había que probar, no fuese a sonar la flauta. Al ver la cara que Anónimo ponía ante esa idea, empezó a intentar arreglarlo y surgió la maravillosa teoría de Ikea, también conocida como la teoría de la Caja o teoría de la Restaurante.

Cito: "Hombre, nunca se sabe, a ver. Tú si vas a comprar un mueble (de ahí lo de Ikea) y miras y miras y miras y no encuentras nada, pues muchas veces te acabas llevando lo que sea, sólo porque has ido a comprar algo y no te vas a ir sin nada".

Lo primero, denotar la falta de autoestima y dignidad que conlleva esa frase. Por dios, ¿pero qué cojones te pasa, mujer? ¿No te das cuenta de lo que te denigra esa afirmación? Es cierto que das esperanza a muchos hombres, que ahora ya saben que siempre podrán matar al resto de la humanidad para quedar ellos sólos y como siempre es mejor algo malo que nada, pues fiesta.
Lo segundo es tu gran criterio y la profundidad humana que derrochas. Todos pensamos en la gente como en muebles y en las relaciones como en compras. Yo personalmente cuando conozco a una chica lo primero que hago es preguntarle: "Oye, ¿a cuánto está tu kilo? ¿Tanto? Pues me voy con fulanita que está de oferta hoy y me regalan 100 gramos de chóped."
Lo último y lo más triste es que tienes toda la razón, sino mira la gente en los concursos: "Pepe, ¿quieres el chalet en Torrevieja y los 40 millones de euros o la caja con forma de ladrillo?". "La caja, hombre, hemos venido a jugar". Es como si entras en un Restaurante y te dicen que lo sienten, que se le han acabado los entrecots y los solomillos, pero que aún les queda un poco de roña que han rascado con el cepillo del suelo y tú piensas, bueno, ya que estoy aquí, para qué irme a otro restaurante a pedirme algo decente pudiendo pedir la roña. Tráigame dos roñas, por favor.

Así que desde aquí te agradezco, desconocida, que me hayas aclarado ese concepto humano que desde ahora llamaré la teoría del Ikea, dicho en castizo: "Ya que estamos..."

0 Matices precisos: