Molly Stevens era la mujer que cualquier hombre podría desear.

Molly tenía setenta y cuatro años y siempre había soñado con actuar en un espectáculo de cabaret.

Dicen que una vez, cuando tenía sesenta y tres, Molly se enamoró y, aunque ya no se atrevió con el baile, sí le cantó muy bajito al oído los primeros versos de “Life is a Cabaret”. Él se había quedado muy quieto, con los ojos abiertos.

Eso fue mientras Molly ayudaba en un hospital de Luisiana, donde los enfermos te dicen cosas tan feas como que en su pueblo al degollar las gallinas corren sin cabeza y te llenan la casa de sangre.

Molly se había imaginado a sí misma con una gallina en una mano y un cuchillo en la otra y el cuchillo de su imaginación era tan grande, tan grande, que había tenido que apoyarlo en la mesa y perdonar la vida a la pobre gallina.

Quizás por eso se enamoró de ese hombre.

Su silencio le había llegado al alma.

Pero así era Molly. Era capaz de enamorarse de un hombre ya muerto, todavía en su camilla, pero se sentía incapaz de elegir entre todos sus pretendientes.

Cada vez que alguno le regalaba flores, Molly cogía con mucho cuidado la más bonita del ramo y devolvía el resto. “Debería usted llevarle este ramo a su madre, esté donde esté” decía siempre.

Caían rendidos a sus pies. Luego Molly secaba la flor colgándola bocabajo y la guardaba con todas las anteriores.

Tenía la casa llena de flores.

A Molly Stevens la mató el asilo. Lo que no hicieron setenta y cuatro años lo consiguieron cuatro paredes. Toda su vida había sido una mujer y convertirse de repente en “anciana” le había causado una sensación similar al vértigo.

Duró sólo tres días.

Esa mañana le habían regalado otro ramo y Molly, huraña, se lo había quedado entero.

A su entierro fueron más de treinta hombres y colocaron encima de su tumba el gran montón de flores secas. Todas, menos el último ramo.

Nada de flores de amargura.

No para Molly.

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Este cuento lo colgué hace ya mucho tiempo en templodehécate y un amigo me dijo que era una pena que no tuviera un final feliz, así que decidí añadirle unas cuantas líneas exclusivas para él. La versión oficial seguirá siendo la de arriba, pero para aquellos que gusten de bellos finales, ahí lo tenéis:

...Molly murió y allá donde van las almas de los que ya no están se encontró con aquel hombre del hospital de Luisiana. El la miró y se quedó callado. Y Molly sonrió porque precisamente eso era lo que esperaba que hiciera. Ahora descansan juntos sobre un lecho de mil flores y Molly le canta dulces canciones al oído. Nunca ha sido tan feliz...

Tan sólo le he añadido un poco más a la historia. Al fin y al cabo, muchos finales son felices o no depende de cómo se miren...^^

A ver qué os parece...

4 Matices precisos:

son_eu dijo...

jooo me he quedado sin palabras... solo decir que me quedo con la versión "no oficial", me ha llegado mas adentro ^^

Dante de la Fuente Alonso dijo...

Da gusto volver y que sea este cuento lo primero que tengo para leer^^. A mi me gustan los dos finales, que al fin y al cabo están llenos de amor y eso es lo que importa. ¡MIAU!

Ahorso dijo...

Mi más sincera enhorabuena. Fantástico. Genial.

Naazgul dijo...

Perfecto final alternativo!
A fin de cuentas, la muerte no es un final, ni un principio... sólo una continuación.