Nunca te lo dije, ni falta que hacía.
Me empaché de hacer lo justo y no justicia,
acabé vomitando un poco de nada, pero gracias a ti.
Una vez cauterizado el corazón llueve menos
por los callejones con salidas.
Y no quedan ni ganas de mojarse por despiste.
Ya ves, clasificar las cuentas mal pagadas
alicata el perfume de tu despido procedente.
Ahora que no cansan las canciones amargas
ni amargan las palabras disfrazadas de dulce
ni empalagan los besos con sabor a chimenea.
Ahora, dime: ¿qué queda? Un cadáver perfecto.
Y al final del poso espeso del recuerdo,
miserablemente intento fundar
un destino propio, no escrito,
a pesar de haberlo visto y desearlo.

Hasta sabiendo de memoria cada rima
versada en consonancia a tu placer,
tallada con dos líneas paralelas.
Creyendo qué me creo el día después.

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