Si no entiendo lo que escribo en esta carta mal vendida, no me culpes, no puedo ponerme en la piel del lobo cuando nunca pasé más que de zorro. Si no llego a comprender tus motivos ni los daños colaterales que ves normales y aceptables, no me culpes, no puedo medirte con raseros que no conozco, que no son míos. Si no soy objetivo porque me recuerdas demasiado a lo que no quiero ser, no me culpes, te aprecio aunque no sepa más que ahora. Si no veo más allá de mis narices aún con gafas de culo de botella, no me culpes. Quizás por el cariño, quizás por el tiempo o por la parte que me toca, te mataria tantas veces como te salvo. Si no fuera por darme en las narices con lo que siempre tuve miedo que hicieses no me rayaría. En el fondo es cosa tuya el mentirte, el silencio que acompañas en rutinas. Pero dime entonces, porqué, si cada vez que caes y te echo un cable me abrazas como si te hubiese salvado la vida. ¿Porqué cuando te miro sin acusarte aún tienes el brillo? Si tanto te importa, ¿porqué matas de vieja a la ruina? Si tan poco te importa, ¿porqué a veces, aunque nada, me haces caso? Si todo es relativo y nada es importante... ¿Porqué sufres y te encierras? ¿Porqué no admites de una vez que estás perdido? Cogido entre mil frentes, sin saber cómo has llegado y queriendo encontrar la casa que dejaste a los cinco, cuando no había balas que buscasen tu cabeza.

Hace años compartimos muchas cosas, muchos recuerdos, muchas promesas. Recuerda. Hacer las cosas bien es muy difícil. Pero merece la pena.

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