Con motivo de las elecciones que hoy se celebran, abro lo que pretende ser un ciclo de artículos que publica en la revista XLSemanal uno de los mejores escritores que tiene ahora mismo nuestro país: Arturo Pérez Reverte, padre literario del Capitán Alatriste, autor de El Club Dumas, La sombra del Águila, Territorio Comache y unas cuantas joyas históricas más. Puede que su estilo directo y sin tapujos no le guste a alguno de vosotros, pero personalmente agradezco poder leer las palabras y la ideología de un hombre sin pelos en la lengua y con las cosas claras, coincida o no con él. Aquí, nos revela con contundencia la mierda borreguil en la que vivimos buena parte de nuestra sociedad (por no decir casi toda) y cómo se aprovecha la clase política de ello. Somos un país relativamente joven en esto de la democracia y no es nada fácil asimilar un sistema político que se debe sostener mediante la participación activa de los ciudadanos y la transparencia de los poderes públicos, cosas que no se cumplen por ninguna de las dos partes. Lo malo de las formas de gobierno es que todas se mueven en un margen de matices demasiado amplio, por lo que con el tiempo podemos deslizarnos peligrosamente hacia una democracia excesivamente demagógica, totalmente separada de la ciudadanía que debería representar. No debemos olvidar los ejemplos históricos (sin ni siquiera salir de España) en los que siempre retrocedemos dos pasos cuando avanzamos uno. Pero qué le vamos a hacer. Será condición humana. Será que no podemos vivir en igualdad cuando aún hay quien te asesina por haber nacido en otro país o te mira mal por hablar otro idioma, cuando todos los partidos acaban su campaña electoral insultando a sus rivales en vez de defender su propio programa (¿alguno se molesta en diseñar uno creíble?), cuando hay gente te discrimina por tu afiliación, cuando nosotros, los más jóvenes cada vez creamos más distinciones sociales, más violencia, más odio.
Es un ejemplo estúpido, pero es un ejemplo. Recuerdo que el verano pasado, trabajando como monitor de tiempo libre, tuve a mi cargo un grupo de 30 niños de 12 a 14 años. Vascos y gallegos. En teoría el idioma sería siempre un problema y si fuesen adultos tendrían que estar pensando en si les ofendería a los de la otra comunidad que se dirigiesen a ellos en gallego/vasco, si estaría mal dibujar una bandera gallega delante de ellos, no fuese a ser... A los dos días de campamento los gallegos estaban aprendiendo vasco a una velocidad endiablada y viceversa, cantando rianxeiras por las noches, contando historias de sus pueblos, intercambiando juegos populares, en definitiva, empapándose de la cultura de los otros y sin que ningún adulto les hubiese dicho nada al respecto. Seguramente, cuando crezcan y algunos escojan o les inculquen una "ideología" acaben enfrentados por inercia a gente que ni siquiera conocen, a gente que, de haber conocido, de haber compartido unas horas de su vida con ellos, estarían encantados de volver a ver. Por eso aún me queda algo de esperanza. De que alguno de esos chicos crezca siendo como fue de niño. Abierto, curioso, tolerante. Y que ningún imbécil agarre su bandera por televisión y le diga a quién tiene que admirar y a quién tiene que odiar. Que no le obliguen a cometer los errores de otros. Que puedan fallar por sí mismos. Aprender de sus errores. Y enseñarles a los que vengan después a no repetirlos.

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ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 3 de diciembre de 2006

A los españoles nos destrozaron la vida reyes, aristócratas, curas y generales. Bajo su dominio discurrimos dando bandazos, de miseria en miseria y de navajazo en navajazo, a causa de la incultura y la brutalidad que impusieron unos y otros. Para ellos sólo fuimos carne de cañón, rebaño listo para el matadero o el paredón según las necesidades de cada momento. Situación a la que en absoluto fuimos ajenos, pues aquí nunca hubo inocentes. Nuestros reyes, nuestros curas y nuestros generales eran de la misma madre que nos parió. Españoles, a fin de cuentas, con corona, sotana o espada. Y todos, incluso los peores, murieron en la cama. Cada pueblo merece la historia y los gobernantes que tiene.

Ciertas cosas no han cambiado. Pasó el tiempo en que los reyes nos esquilmaban, los curas regían la vida familiar y social, y los generales nos hacían marcar el paso. Ahora vivimos en democracia. Pero sigue siendo el nuestro un esperpento fiel a las tradiciones. Contaminada de nosotros mismos, la democracia española es incompleta y sectaria. Ignora el respeto por el adversario; y la incultura, la ruindad insolidaria, la demagogia y la estupidez envenenan cuanto de noble hay en la vieja palabra. Seguimos siendo tan fieles a lo que somos, que a falta de reyes que nos desgobiernen, de curas que nos quemen o rijan nuestra vida, de generales que prohíban libros y nos fusilen al amanecer, hemos sabido dotarnos de una nueva casta que, acomodándola al tiempo en que vivimos, mantiene viva la vieja costumbre de chuparnos la sangre. Nos muerden los mismos perros infames, aunque con distintos nombres y collares. Si antes eran otros quienes fabricaban a su medida una España donde medrar y gobernar, hoy es la clase política la que ha ido organizándose el cortijo, transformándolo a su imagen y semejanza, según sus necesidades, sus ambiciones, sus bellacos pasteleos. Ésa es la nueva aristocracia española, encantada, además, de haberse conocido. No hay más que verlos con sus corbatas fosforito y su sonriente desvergüenza a mano derecha, con su inane gravedad de tontos solemnes a mano izquierda, con su ruin y bajuno descaro los nacionalistas, con su alelado vaivén mercenario los demás, siempre a ver cómo ponen la mano y lo que cae. Sin rubor y sin tasa.

En España, la de político debe de ser una de las escasas profesiones para la que no hace falta tener el bachillerato. Se pone de manifiesto en el continuo rizar el rizo, legislatura tras legislatura, de la mala educación, la ausencia de maneras y el desconocimiento de los principios elementales de la gramática, la sintaxis, los ciudadanos y ciudadanas, el lenguaje sexista o no sexista, la memoria histórica, la economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia. Y encima de cantamañas, chulos. Osan pedir cuentas a la Justicia, a la Real Academia Española o a la de la Historia, a cualquier institución sabia, respetable y necesaria, por no plegarse a sus oportunismos, enjuagues y demagogias. Vivimos en pleno disparate. Cualquier paleto mierdecilla, cualquier leguleyo marrullero, son capaces de llevárselo todo por delante por un voto o una legislatura. Saben que nadie pide cuentas. Se atreven a todo porque todo lo ignoran, y porque le han cogido el tranquillo a la impunidad en este país miserable, cobarde, que nada exige a sus políticos pues nada se exige a sí mismo.

Nos han tomado perfectas las medidas, porque la incultura, la cobardía y la estupidez no están reñidas con la astucia. Hay imbéciles analfabetos con disposición natural a medrar y a sobrevivir, para quienes esta torpe y acomplejada España es el paraíso. Y así, tras la añada de políticos admirables que tanta esperanza nos dieron, ha tomado el relevo esta generación de trileros profesionales que no vivieron el franquismo, la clandestinidad ni la Transición, mediocres funcionarios de partido que tampoco han trabajado en su vida, ni tienen intención de hacerlo. Gente sin el menor vínculo con el mundo real que hay más allá de las siglas que los cobijan, autistas profesionales que sólo frecuentan a compadres y cómplices, nutriéndose de ellos y entre ellos. Salvo algunas escasas y dignísimas excepciones, la democracia española está infestada de una gentuza que en otros países o circunstancias jamás habría puesto sus sucias manos en el manejo de presupuestos o en la redacción de un estatuto. Pero ahí están ellos: oportunistas aupados por el negocio del pelotazo autonómico, poceros de la política. Los nuevos amos de España.

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PD: Ojalá se ahoguen todos en su propia mierda por pervertir sistemas políticos y culturas que llevan evolucionando miles de años. Por enfrentarnos por deporte. Por coger nuestros idiomas, nuestros símbolos y nuestras tradiciones y convertirlos en piedras que arrojar al vecino. Por hijos de la grandísima puta.

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